agosto 03, 2010

La ciudad de la indiferencia


(Octubre, 2005. Otro del recuerdo...)

Hay un hombre en la esquina de Universidad y Eje 10. No tiene piernas, pero a nadie le importa. Se llama Julián, pero eso tampoco importa. La gente pasa a su lado y sólo se cuida de no tropezar con él.
Está encima de una tabla a la que le adaptó unas gastadas llantitas de patineta. Debieron ser amarillas, pero entre la tierra y el smog, su color ahora es indescriptible. Esa es la única manera que tiene Julián para poderse mover.
"¿Una silla de ruedas?, no, pos' ni que fuera rico. Aquí uno tiene que improvisar, ser creativo, buscarle el modo a la vida para que la vida no se lo joda a uno”, explica el hombre con su voz aguardentosa, consecuencia de años de buen trago.
Julián tiene las manos negras de tanto limpiar el suelo de esta ciudad en donde la indiferencia es el único pan de cada día.
"Aquí nadie te mira, no esperes que la gente se detenga a darte ni una sonrisa…menos una moneda", advierte Julián, mientras le quita los "pochotes" a su desgastada gabardina a cuadros rojos y azules. De esas que son como cobijas de albañil.
Y es que, cuando tenía piernas, Julián también tenía trabajo. Era "maistro". Y le gustaba machin. No era de esos albañiles que terminan haciendo mezclas por pura necesidad. No. Julián tuvo otras opciones de trabajo, pero esa fue la que le gusto.
"Tenía un chingo de jale… salía re bien para vivir decentemente. Hasta mis alipucitos me alcanzaba a comprar", recuerda y un garabato de sonrisa aparece en su rostro rojizo por el frío.
Pero de esos tiempos ya hace mucho. Julián tiene ya 16 años que no puede caminar… sí, fue el alcohol. Tan bueno y tan malo.
Un pesero distrae la atención del hombre que borra el garabato de su rostro y espera quieto con la mirada puesta en las puertas verdes de la sardinera ruta 46.  Hasta parece que deja de respirar. Pero sólo se está preparando. Cuando la gente comienza a bajar, Julián estira su mano negra de tierra y escupe una inentendible petición. Aquí no importa lo que se diga, lo importante es que la gente sepa que se está pidiendo algo y sienta la pena suficiente para conmoverse.
Pero pocos son los tocados. Le caen nomás 15 pesos en monedas de dos y de 5. Tampoco está mal, dice y vuelve a la plática.
Estábamos en el asunto ese del alcohol. De la mala suerte.
Se acuerda perfecto. Como si la memoria se empeñara en mentarle la madre todos los días con ese recuerdo. Era martes, dice, y le cambia la voz.
"Martes… ni te cases, ni te embarques… ni te pongas borracho". Julián aún tiene ánimos para hacer la broma. No le queda de otra.
Estaba echándole tirol al techo de una casa en la Magadalena Contreras. Tiene la dirección "en la punta de la lengua". Pero no se puede acordar. Da igual.
Fue un mal paso. Como los de las señoritas de rancho. Eso fue lo que le pasó. No tanto por la borrachera. Tampoco estaba perdido… por lo menos eso cree. O quiere creer.
"Imagínate que la agarre contra el alcohol… eso sí serían chingaderas, no?", cuestiona mientras estira rápido su mano renegrida a una mujer con zapatos negros, de esos que tienen una punta picuda como tres número más grande que el pie. No recibe ni una mirada.
"¿Ves?… aquí a la gente le vale madres la gente", asegura convencido y voltea a verle las nalgas a la indiferente mujer. Hace un gesto de aprobación. Pero nada del otro mundo.
Julián no vive en ningún lado. Duerme donde le da sueño y come cuando puede. A veces, dice, va con doña Jose. Una mujer de edad y peso avanzados. Tiene una fonda cerca de la escuela de Odontología. Es comprensiva y siempre tiene un taco para él.
"Pero uno no puede ser encajoso… ¿si me entiendes? Si voy diario la voy a hartar y un día me va a mandar la chingada…por eso nomás voy cuando de plano ya la tripa se pone necia", asegura el hombre y se rasca la cabeza que ostenta una mata seca y grisácea.
Julián se queda callado un momento y mira sin mirar los miles de carros que cruzan a toda marcha por el Eje 10.
En ese momento, una muchacha con un aguado pantalón café le estira la mano y le pone 5 pesos. Julián la mira complacido y le responde con la educación de un caballero: "Gracias, reinita… que Dios te de más"… y luego voltea con mirada pícara y comenta: "ya salió pa' la mona".
Se guarda la moneda y se pone en marcha. Empujándose fuerte con las manos renegridas de tanto limpiar el suelo de esta ciudad en donde la gente le vale madres la gente.

1 comentario:

Unknown dijo...

Yo sé, negrita, que un día vas a publicar tus relatos y te vas a presentar a concurso y vas a ganar y como el fallo será en España, tendrás que venir y sin remedio nos encontraremos y del alegrón nos iremos de parranda y nos gastaremos la lana del premio en fiestas.. ehhh... vaya.. creo que me emocioné demasiado.