junio 18, 2010

El sistema no funciona



Hoy fui al seguro para que me entregaran mi tarjetón de citas.

“¿Dónde va la fila?”, pregunté más dormida que despierta, a eso de las 7:10 de la madrugada.

Una amable mujer con cara de que le acababa de llegar la requisición para pago de impuestos estiró airosa su mano derecha y cual saeta apuntó, digamos, unos 12 metros de personas sentadas, ansiosas y somnolientas.

Respiré profundo y caminé como condenado a muerte. Como sin querer llegar, pero deseando que ya pasara el mal trago.

Me senté al lado de un tipo que traía un celular de esos que también tienen para escuchar música (díganme anticuada, pero para mi un celular es para hablar, un ipod es para escuchar música y una cannon es para tomar fotos) el caso es que el tipo decidió que a todos nos gusta la música guapachosa y tenía su aparetejo sonando alegremente una canción en la que un “cantante”, con voz de vendedor de plátanos, le pedía a una mujer algo muy raro que la verdad no pude (ni quise) entender.

Delante de mi, una señora o embarazada (o muy gorda) trataba, en vano, de mantener la cabeza derecha. Parecía de esos perritos que ponen algunos en los tableros de su carro y que se mueven con singular alegría al compás de los baches.

Me senté y esperé. Como quiera ya estoy esperando, dije como consuelo.

No habían pasado ni 15 minutos cuando una mujer nos despertó a todos con un sonoro: “A ver!, los que no vayan a hacer ningún trámite y nomás vengan de acompañantes les voy a pedir que se salgan. Los demás se me recorren para que la fila no se vea muy larga”… 

Para mi gusto, le faltó un contundente: ORALE! Si se puede acompañado de un chasquido de dedos para darle más fuerza. Ella no lo consideró necesario.

Como en pleno naufragio, mujeres, niños y ancianos primero, se fueron desamodorrando para quitarse de la fila, y que no se viera tan larga (aquí la filosofía aplicada por el personal del IMSS es que, no importa qué tan rápido o eficientemente atiendas a las personas, lo importante es que no se vean muchas).

Total, se fueron los acompañantes y nos recorrimos todos como 25 centímetros. Fue muy reconfortante pues, al menos a mi, me dio la idea de que en vez de 4 horas, estaría unas tres y media. Respiré profundo otra vez.

Como no es la primera vez que escucho los mitos y leyendas que suceden cuando uno va a hacer un trámite al seguro, me fui preparada con un librito de unas 340 páginas que me prestó un amigo y que, para no desentonar, se llama La Mala Racha…

Ahí esperé, leyendo tranquila y resignadamente.

Yo puedo presumir que tengo una capacidad de aislamiento sorprendente, sin embargo, por más que me concentré en la lectura, me fue imposible no escuchar al niño que pedía desayuno a gritos, a la señora que vociferaba improperios y a su desconsolada hija que contaba como hace cuatro años que a su mamá se le fueron las cabras al monte. Claro, la desconsolada hija lo decía con más tacto y muchos más detalles.

Mientras leía, de vez en vez alguien hacía un ruidito tipo carraspera para informarme que ya se había recorrido la fila, entonces yo me movía. Por lo menos dejé de preocuparme por estar al pendiente de eso.

Luego pasó un rato particularmente más largo cuando nadie carraspeó. Me salí del libro para averiguar, y resultó que las ventanillas, de la 1 a la 4, estaban vacías (aquí es bueno precisar que cuando llegué las ventanillas 1 y 2 ya estaban solas. Tienen cuatro porque así venía en los planos de construcción, pero realmente sólo se abren dos y, con suerte, una funciona).

El caso es que detrás de esos cristales numerados sólo había desolación. 

Pasaron como 15 minutos y decidí que era buen tiempo para, por lo menos, ir a preguntar qué carajos estaba pasando. 

Me acerqué a una ventanilla sin número donde una mujer de lentes bifocales perfectamente incrustados a media nariz tecleaba algo y veía de reojo, y sin levantar la cabeza, la pantalla gris y arcaica de su PC.

“¿Sabe si ya no van a dar tarjetones de citas?”, le pregunté, he de reconocerlo, muy cordialmente.

“ No sé. Yo no estoy aquí”, aseguró contundentemente.

Por un momento sentí frío. Porque si ella no está aquí y yo la estoy viendo, entonces se me hace que tengo que cambiar la cita del ginecólogo por la del siquiatra, porque juro que la veo.

Justo en ese momento, apareció (pudo aparecer en medio de una nube de humo, pues a estas alturas mi mente seguro me estaba jugando trucos) otra señora con olorosa taza de café en la mano. Se acercó y me dijo:

“Lo que pasa es que el sistema no funciona”.

Eso me queda claro, pensé. Si el sistema funcionara yo no tendría porqué pasarme dos horas delirando, haciendo fila con un montón de zombies somnolientos esperando por un mugroso tarjetón de citas.  

Con esa respuesta deduje (porque lista sí soy) que la mujer de los lentes incrustados era como del departamento de sistemas y estaba intentando reparar el sistema... por eso "no estoy aquí", si no en el departamento de sistemas... aaaaaah) me regresé a mi lugar y me entretuve leyendo cómo le daban una shinga a un negro estafador con muy mala suerte, pero gran corazón.

No sé cuanto tiempo pasó, pero cuando me tocó el turno, entregué papelería a otra mujer que seguro tampoco estaba ahí, pero que puedo asegurar me murmuró algo de un número de consultorio, me señaló una guía y, sin quitar la vista de la pantallita gris gritó: “El que sigue!”.

Me fui feliz. Casi a medio día, con un tarjetón en la mano y la hora programada para la consulta con el siquiatra.

1 comentario:

@dru dijo...

Lo bueno, es que ya tienes tu tarjeta y al menos que la pierdas no deberías volver, ya que ahora podrás sacar cita telefonica eir sólo cuando lo programes. Lo malo, es que seguramente cuando quieras programar una cita seguro se les volverá a caer el sistema.